domingo, 28 de enero de 2007

INTRODUCCION HISTORICA A UNA CARTA

La reconstrucción de los hechos y las vidas del pasado nos obliga a recrear el espacio-tiempo histórico. Recrear, que no es lo mismo que retornar. Porque aunque nos traslademos al lugar, a la tierra, a las casas y a las cosas, suponiendo que nada de lo material haya cambiado más allá de las transformaciones naturales que se producen por el normal transcurso del tiempo, no estarán allí aquellas gentes con sus relaciones económicas, políticas y sociales, con sus contradicciones y conflictos, con sus sentimientos e intereses, con sus ideas, hábitos y costumbres, con sus mutaciones personales, con sus vocabularios característicos que son formas peculiares de cultura, y tampoco estará el alma de aquel tiempo. El historiador Hayden White ha señalado, acertadamente, que: El pasado no existe por definición. No está disponible para que accedamos directamente a él. Sólo podemos conceptualizarlo, representarlo en imágenes y tratar de documentar qué es lo que nos hace sentir. Y cuando decimos tiempo hacemos referencia a uno y a los sucesivos momentos históricos, en una suerte de diaporama, como si los convirtiéramos en una serie de instantes sucesivamente congelados. No existe el tiempo para atrás, ni el tiempo que se queda, porque el tiempo siempre empieza. Recrear el espacio-tiempo del hecho histórico convirtiéndolo en sitio eterno y en instante eterno es hacerlo en su doble carácter de tiempo objetivo y, también, de tiempo subjetivo, esto es, tratando de penetrar en la difícil intimidad de la lejanía, en las ideas, en las motivaciones psicológicas y en los meandros de las conciencias individuales y colectivas de los actores que se presentan como polos de las sucesivas contradicciones vigentes, como decía Marc Bloch: bañados por la atmósfera mental de su tiempo, de cara a problemas de conciencia que no son exactamente los nuestros.Esas reglas metodológicas y esa disposición de ánimo son las que permiten investigar y analizar las vidas y los hechos, micro y macrohistóricos, interrogando con precisión las diferentes huellas del pasado sin trasladarle las preocupaciones, desacuerdos y contradicciones del presente, así como sin traer a los personajes - desde ese pasado a dirimir nuestros conflictos actuales. Alguna vez señaló el historiador Julio V. González (1899-1955), La Historia es cosa viva, ya lo sé; es el pasado proyectándose en el presente. Pero que ello emane del propio fenómeno histórico y no forzado por la reflexión fatalmente intencionada del historiador.Frente a cada acontecimiento del presente o recordatorio que tiene relación con el pasado, hemos tratado de reconstruir ese pasado y memorar nuestra posición y actitud en él sobre la base de esas reglas ineludibles para reconstruir ese pasado histórico: hacer el máximo esfuerzo intelectual para ubicarnos en el espacio-tiempo histórico objetivo y también en el subjetivo, esto es frente a problemas de conciencia y valoraciones propias de ese espacio-tiempo. No hacerlo así es someter a los hechos del pasado a un verdadero lecho de Procusto, cosa bastante común en nuestro tiempo por historiadores y pretendidos de tales.Al tratar de reconstruir ese pasado de forma parcial hemos tenido en cuenta, por un lado, que la historia es en buena medida una sumatoria de pequeñas historias y, por otro lado, que al hacerlo así, nos asegurábamos de ir dejando constancia, por ahora parcialmente, en una suerte de Memorias que, a partir del tiempo vivido y por haber tenido alguna participación en los hechos más importantes de la vida nacional del último medio siglo, consideramos un deber inexcusable de nuestra parte.He relatado muchas veces mi insistencia al doctor Vicente Solano Lima sobre la necesidad de que, habiendo tenido él una vida política tan extensa y rica, escribiera sus memorias, ofreciéndome reiteradamente para grabarlas. Después de meses y meses de insistencia accedió a que comenzáramos a hacerlo “la próxima semana”, con tanta poca fortuna que esa semana falleció llevándose lo que habría sido una exposición indispensable y fundamental para el conocimiento de la vida política argentina.En esa revisión parcial de todos y cada uno de los acontecimientos, hemos venido recordando y escribiendo sobre las vísperas del golpe militar del 28 de junio de 1966, denunciado por nosotros en el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires el día 23, nuestra conversación con José Ber Gelbard en la quinta de Olivos el 1 de julio de 1974, pocos minutos después de la muerte de Perón referida a las extrañas actitudes de José López Rega, nuestra relación con el doctor Ricardo Balbín y el conocimiento, por su boca e inmediatamente después, del ofrecimiento del general Perón para que lo acompañara en la fórmula, el Plenario de Vicente López, en Nino, el 20 de noviembre de 1972 a los pocos días del retorno del general Perón, las coincidencias programáticas de los partidos políticos argentinos, las vísperas del golpe militar del 23 de marzo de 1976 y nuestra advertencia por Canal 7 varios días antes. Ahora, sin pretender penetrar en el evidente conflicto interno del justicialismo, en momentos en que decisiones de dos jueces de la Nación traen al debate los episodios de violencia ocurridos antes del golpe militar, deseo recordar nuestra carta al general Perón fechada en 4 de febrero de 1974 que, así lo creemos, puede ayudar a la reconstrucción de los hechos. La carta al presidente Perón, propuesta por mí, no fue de fácil aprobación en el seno del Partido Socialista Popular, constituido en abril de 1972 por un acuerdo entre el Partido Socialista Argentino, el Movimiento Acción Popular Argentina, Militancia Socialista y el Grupo Evolución. La representación mayoritaria del Partido Socialista Argentino se impuso numéricamente y así se dispuso su remisión. La carta fue publicada en La Vanguardia (azul) de febrero de 1974.

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